Algarrobas autóctonas mediterráneas de árboles centenarios
En una zona marginal de cultivo, que ocupa una superficie de 125 hectáreas entre las comarcas de Los Serranos y Camp de Túria (Valencia), un proyecto de recuperación de la producción de algarrobas mediterráneas con árboles centenarios y con nuevos pies de especies autóctonas va a repercutir en el medio ambiente, como sumidero de CO2, y va a implantar un modelo bioeconómico sostenible con alcance internacional.
Desde el punto de vista del cambio climático, los algarrobos del proyecto «son una especie clave para la restauración de la naturaleza, así como para la prevención de la desertización, las inundaciones y los incendios forestales». Precisamente, su capacidad de adaptación a climas secos y al propio cambio climático convierten al algarrobo autóctono valenciano en «un cultivo viable de mantener, rentable económicamente hablando y que permite integrar la actividad agraria con la prevalencia de la masa forestal del entorno».
El modelo de negocio ecológico impulsado por Pedro Pérez, dueño de una empresa familiar dedicada desde 1963 a la algarroba en Bugarra (Valencia) basado en el cultivo de algarrobos y en la fabricación de sus derivados para el sector alimentario, como el estabilizante natural de harina de garrofín, los troceados o la harina de algarroba, «se basa en el respeto del entorno, la mejora natural de las condiciones del terreno y su convivencia con el hábitat forestal».
Puesta en valor de la autoctonía
El de la algarroba es «un cultivo marginal», de agricultura a tiempo parcial, con explotaciones pequeñas, con marcos de plantación amplios, baja rentabilidad de producción por superficie cultivada y «oscilaciones de precio y producción desproporcionadas». Esto, según Pérez, «junto con la falta de oferta del producto ha generado incrementos de precio desmesurados y falta de suministro a nivel mundial, reduciendo su consumo por estas dos circunstancias».
Uno de los objetivos del proyecto es poner en valor este cultivo propio de la zona, «incrementando la oferta de algarrobas en el mercado y afianzándolo de manera sostenible, tanto para el agricultor como para la industria troceadora», explica su impulsor.
El segundo objetivo es servir como plantación espejo que anime a otros agricultores a interesarse por este cultivo de manera profesional, y «conseguir que deje de ser marginal, pasando a formar parte de producciones agrícolas totalmente sostenibles», apunta Pérez.
Los clientes que apuestan por la algarroba autóctona mediterránea y sus derivados, como harinas y espesantes, son del centro y norte de Europa, sudeste asiático, Estados Unidos, Canadá o República Checa. «El negocio internacional del producto acapara en torno al 70% de las ventas, es decir entre 15 y 16 millones de kilos al año», subraya.
En lo que concierne a la parte técnica del proyecto, desde que concibió ampliar su apuesta secular por este producto en la parcela referida –entre las partidas del Quemao, del Pedregoso y Mas del Jutge–, Pedro Pérez contó con la colaboración de Jorge Pi, ingeniero agrónomo especializado en ingeniería rural del estudio valenciano MasQueIngenieros (MQI), «para analizar las posibilidades del terreno en la recuperación de este espacio mediterráneo tradicional y favorecer la restauración de lo que hace 80 años fue de cultivo de algarrobos en convivencia con la masa forestal que había ganado terreno en esa zona despoblada». El proyecto empieza con 65 hectáreas y se podrá ampliar hasta las 125 mencionadas.
El fruto del algarrobo, la algarroba, es un ‘superalimento’ que, según el estudio realizado por Miguel Ángel Domene Ruiz, responsable de Alimentación y Salud del Grupo Cooperativo Cajamar, además de su uso como aditivo para la industria alimentaria, «lleva asociados beneficios saludables, libre de gluten, mejora la digestión, con bajos niveles de colesterol en sangre, es antioxidante, sirve para tratar las diarreas, previene la osteoporosis y ayuda a la prevención del síndrome del intestino irritable».