La falta de agua no es sequía, es crisis social

Artículo de opinión del Dr. Robert Savé Monserrat. Investigador emérito del IRTA. Profesor UAB.

 

Repetir muchas veces un concepto, acaba convirtiéndolo en ruido y en consecuencia hace que se pierda el interés hacia el mismo.

El cambio climático y una de sus derivadas, la sequía actual, de tanto hablar de ellos habitualmente desde hace más de 10 años en España (https://www.medecc.org/medecc-reports/climate-and-environmental-change-in-the-mediterranean-basin-current-situation-and-risks-for-the-future-1st-mediterranean-assessment-report/), se han convertido en temas desagradables de oír, por lo negativo de sus efectos ambientales y consecuencias socioeconómicas, y por la consciencia, de no haber sabido y se sigue sin saber actuar, para reducir, evitar y revertir este proceso.

Los motivos de esta inacción son claros, y por ello, hasta el secretario general de la ONU tuvo que decir el 14 de septiembre del 2022, “A escasos días del comienzo del debate de alto nivel de la Asamblea General, el titular de la ONU pone el énfasis en la crisis climática y pide a todas las naciones que reduzcan sus emisiones contaminantes hasta limitar el aumento de la temperatura mundial a 1,5ºC. En caso contrario, vaticina que se multiplicarán las tragedias con consecuencias devastadoras “(https://news.un.org/es/story/2022/09/1514371). Declaraciones, que ponen en su lugar los datos e informaciones científicas respecto de las ideologías que en lugar de aceptarlas para hacer, las tratan de politizar para discutir entre ellas, en un amplio y profundo bucle de sinrazón.

Se ha puesto mucho énfasis en informar del incremento de la temperatura, en la interacción de nuestra meteorología con fenómenos climáticos generales (Niño/Niña, Oscilación del Atlántico Norte y/o del Mediterráneo…), en los puntos de inflexión en las tendencias climáticas, que generan situaciones de no retorno, al incremento en altura del nivel de mar en la micronesia y aquí (Mar Menor, Delta del Ebro, desembocadura del Guadalquivir…) y más.

Pero no se ha hecho una suficiente labor formativa, bajando la información al detalle de la cotidianeidad, a las consecuencias del cambio en los patrones históricos del clima en eventos meteorológicos normales, más allá de los excepcionales Gloria, Filomena…

Así, poco se ha tratado de que el incremento de temperatura además de los cambios en la fenología, en los golpes de calor, en las heladas..., produce inmediatamente un incremento en la evaporación, que en un simple calculo, si se mantiene la pluviometría y se incrementa al mismo tiempo la evaporación, el déficit hídrico aumenta, la sequía se hace más permanente, extensa e intensa.

Si a ello unimos fenómenos de índole humana, social, como la gestión de los embalses para producir energía, la no gestión forestal (el crecimiento forestal, especialmente en la partes altas de la cuencas hidrográficas, acontecido des de los 80 del siglo pasado en que la madera pierde valor, representa como mínimo, una reducción de un 20% del agua llovida por intercepción y transpiración de estas masas), el turismo (España recibe unos 90 millones al año), el regadío cortoplacista especulativo sin estrategia relacionada con un modelo de suficiencia alimentaria nacional, junto con un largo etcétera de pequeñas cosas (pozos, concesiones, contaminación de acuíferos….), hacen que la sequía se incremente y generalice en todo el territorio.

La sequía no es solo un desequilibrio en el balance precipitación/evaporación, es sobre todo, en nuestra sociedad, el mal uso de un bien escaso y público, ¿Por qué, por quien, para que…?, preguntas que solo desde la formación de conocimiento pueden contestarse.

En este contexto, poco o nada hay que decir otra vez, respecto de sus efectos en el cultivo, en sus productos derivados, en su entorno ambiental, en su mercado…pero si que hay a decir, sin duda para ser discutido desde perspectivas diversas, contrapuestas, muy o poco subjetivas, pero todas validas, con la finalidad de afrontar el problema del sector vitivinícola, que ampara y acoge un sinfín de casos distintos y por ende, afectaciones distintas respecto del cambio climático y del cambio global que lo genera.

La sequia inexorablemente representa una reducción en la productividad  y un cambio de calidad de la uva y por ende del vino, lo cual genera problemas económicos en las explotaciones y bodegas, debido a una reducción en los ingresos, tanto por la reducción de oferta, como por el encarecimiento de los insumos, y/o por la necesidad del mantenimiento del cultivo en campo y las instalaciones de la bodega, independientemente de la producción (https://vadevi.elmon.cat/actualitat/vinyes-vi-salut-proposta-holistica-92601/; https://vadevi.elmon.cat/entrevistes/robert-save-el-vi-es-un-dels-sectors-amb-mes-possibilitats-dadaptar-se-52512/;https://vadevi.elmon.cat/actualitat/robert-save-irta-conca-mediterrania-perdra-17-produccio-agricola-al-2050-23848/;https://vadevi.elmon.cat/entrevistes/robert-save-mantenir-vins-bons-pero-uniformes-sera-cada-cop-mes-dificil-70568/).

Esta situación, según las previsiones de los informes respecto del clima, tiende a convertirse en crónica, por tanto, no es tan solo un problema económico, sino lo son también sus derivadas sociales.

De entre estas, la casi inmediata, es la competencia productiva asimétrica entre territorios, entre DO en la península ibérica, no por la producción asociada a los recursos empleados, sino por la disparidad con la que estos se obtienen, destacando sobre todos, el agua.

Otro es la repercusión en la oferta, que puede representar la reducción de producción y/o de determinadas tipicidades asociadas al paraje, a la finca…al territorio. Lo cual, puede generar perdidas en la demanda acostumbrada a determinados productos, poco relacionados con la variabilidad ambiental y temporal.

Otro es el despoblamiento (perdida del número de personas residentes), o la estabilización a la baja de la población rural (incremento de edad de la población, asimetría de género, desequilibrio generacional…), que conlleva a un abandono progresivo de la agricultura, especialmente la de los secanos (65% de la superficie vitícola española).

Este es un punto interesante, ya que trata de los tan manidos valores ecosistémicos, que sin duda tienen muchísimo valor, pero poco o nulo preció, lo cual afecta primero a los agricultores, y a corto y medio plazo a la población general, ya que su desatención promueve cambios ambientales no deseados, como la aparición de masa forestal no tratada, con el riesgo asociado a los incendios forestales, cambios en los ciclos hidrológicos, con potencial reducción del agua disponible, cambios en la biodiversidad, en la gestión de suelos fértiles, en el ciclo del carbono, entre otros.

Por último, el despoblamiento incide directamente en la salud según la descripción del Preámbulo de la Constitución de la Organización Mundial de la Salud, que fue adoptada por la Conferencia Sanitaria Internacional, celebrada en Nueva York del 19 de junio al 22 de julio de 1946, firmada el 22 de julio de 1946 por los representantes de 61 Estados (Official Records of the World Health Organization, nº 2, p. 100), y entró en vigor el 7 de abril de 1948, y no ha sido modificada desde entonces, manteniendo pues su validez, que textualmente dice "La salud es un estado de bienestar físico, mental y social completo, y no sólo la ausencia de afecciones o enfermedades". Y lo hace tanto en las personas que permanecen en el territorio, en aspectos físicos asociados al envejecimiento y también psíquicos por la pérdida de identidad. A su vez la migración del campo a las zonas metropolitanas, promueve también enfermedades físicas y psíquicas relacionadas con la densificación, el ruido, la contaminación, la isla de calor, la precariedad y la pérdida de identidad.

Por todo ello, la sequía, no es solo un fenómeno físico, en nuestro mundo, es un estado social, y como tal, no debe afrontarse solo desde plataformas científico técnicas, sino que en las mismas deben integrarse la salud, la educación, la sociología, la psicología y las humanidades en el sentido más amplio y profundo.

Dr. Robert Savé Monserrat.

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